España, te quiero

Es un hecho que Catalunya se va. La situación ha llegado a tal punto que es imposible seguir en un sistema autonómico como el actual. Las inercias centrípetas de los dos partidos del régimen PP y PSOE, que jamás se han acabado creyendo el invento de las autonomías, con el centralismo uniformador del nacionalismo castellanizante-español de siempre cada vez menos disimulado, hacen que solo queden dos opciones: o marcha atrás e involución, o dar el paso y seguir cada uno su camino.

Aquel cuento de la España plurinacional, la conllevancia y el encaje ideal dentro de la arquitectura improvisada durante la “modélica” transición que nos vendieron ya no se lo cree nadie. Por eso resulta patético, e incluso insultante, que surjan ahora cantos federalistas (o “terceras vías” e inventos similares)  para intentar engañar y demorar lo inevitable. Porque ni siquiera quien recurre a ello se lo cree de verdad. Y no será porque no se haya intentado desde Catalunya, desde hace más de 100 años…

 Desde España lo han intentado ignorar. Para ellos no existía ningún problema, no tenían de qué preocuparse. Era el victimismo catalán, que se acabaría conformando con alguna migaja, aprovechado también por algunos en Catalunya para “lo suyo”… Pero cuando no han podido ignorarlo más, han pasado al discurso del miedo.

 Han pronosticado las siete plagas bíblicas, las peores desgracias y maldiciones que estaban por caer si los catalanes acaso siguieramos empeñados en hacer algo tan subversivo y peligroso como meter una papeleta en una urna. Han amenazado con dejarnos fuera de la UE, como Islandia, Noruega o Suiza… y fuera del Universo si pudieran, por los siglos de los siglos. También fuera del euro, donde no tendríamos poder de decisión si nos diera por negarnos a vaciar nuestros bolsillos y lo siguieramos utilizando como hacen Andorra o Montenegro… aunque España no tenga ni silla en el Comité Ejecutivo del BCE. Después han pasado a amenazarnos con que deberemos hacernos cargo de la correspondiente deuda públicacomo si siguiendo en España no la tuvieramos ya que pagar. Por no hablar del coste que supondría las estructuras propias de un estado: pagar fuerzas de seguridad, servicios secretos, diplomáticos, inspectores de hacienda o jueces… como si no lo estuvieramos haciendo ya, además de mantener a famílias reales, submarinos que no flotan, sables de gala o la piscina para el embajador en Riad. Y con las pensiones; nos han amenazado, yendo incluso a residencias a asustar a nuestros mayores, con que España, que nos quiere tanto, no nos pagará las pensiones. Mintiendo descaradamente, puesto que las pensiones en un sistema de reparto como el nuestro no las paga “España” de lo que se ha acumulado, sino los trabajadores actuales con sus cotizaciones. Poco podría pagar España cuando se ha fundido el Fondo de Reserva, metiendo mano para comprar su propia deuda pública…

 Y, ante la falta de argumentos racionales para hacernos desistir de usar los peligrosos sobres (con papeletas), recurrirán a los argumentos emocionales. Apelarán a los sentimientos, intentarán dividir la sociedad, utilizarán (como ya vienen haciendo) la lengua para romper la cohesión. Se inventarán las calamidades que padeceremos los castellanohablantes tras la independencia, como si la sociedad catalana no hubiera demostrado ya sobradamente su carácter abierto, integrador y plural. Pero también nos dirán que nos quieren, prometerán que van a cambiar, que dialoguemos, que lo sigamos intentando… como si hasta ahora nos hubieran hecho mucho caso.

 Catalunya y España tienen proyectos políticos distintos. Ni mejores ni peores, distintos… e incompatibles. Para que Catalunya siguiera dentro de España debería renunciar a ser lo que es; y la España con la que sueña (soñaba) Catalunya es imposible. España lo ha dejado claro de manera contundente en numerosas ocasiones, cada vez que desde Catalunya se ha intentado. En este punto lo mejor para ambas partes es un divorcio acordado, y no seguir con la retahíla de reproches y maltrato contínuos. Es muy egoista retener a quien quiere partir, y obcecarse en intentar que la otra parte cambie. 

Eso no es amor.

España ya ha dejado claro que no quiere cambiar, y Catalunya que quiere seguir su propio camino. Si los españoles quieren a Catalunya, que la quieran libre. Y si los catalanes quieren a España, que la quieran tal como es, no empeñándose en hacer que cambie contra su voluntad. España no pierde, gana la oportunidad de construir una relación desde el respeto y el interés mútuo con un país vecino con el que comparte tantísimas cosas. Y gana también la oportunidad de acabar con todo aquello que está en ruinas, emprendiendo las reformas que tiene pendientes… si los españoles quieren.

 Yo amo España. Mis padres nacieron allí, mi lengua es el castellano, tiene una riqueza cultural admirable… Y estoy orgulloso de todo ello, porque forma parte de mí y no voy a renunciar a ello, ni nadie me va a obligar a que lo haga. Pero es hora que España y Catalunya sigan su propio camino.

 Así que con todo el amor desde Catalunya: Adéu, Espanya.