La vergüenza amarga

De lo que se espera de un medio de comunicación medianamente serio, y que se reivindica como “periodismo comprometido”, es que cuide mínimamente la calidad de aquello que publica. La libertad de expresión no puede ir en detrimiento de un mínimo de rigor, dando pábulo a falsedades y graves acusaciones de fascismo.

Nos encontramos el pasado domingo 18 de octubre con la publicación en Cáscara amarga de un pretendido artículo de “opinión”, llamado “Vergüenza ajena”, de una calidad bastante mediocre. Es una compilación de mentiras, falsedades e insultos gratuitos. El autor se excusa en una supuesta militancia de izquierdas y antifranquista para poder vomitar todo lo que viene a continuación, para que nadie le pueda acusar de lo que parece: un nacionalista español redomado. Ya lo dicen, excusatio non petita

Los catalanes no consiguieron un estatuto de autonomía. Todas las regiones españolas accedieron a ello, aunque el autor lo presente como un privilegio exclusivo de los catalanes. Sorprende que, desde la más absoluta ignorancia o mala fe, afirme que Cataluña gestiona incluso puertos y aeropuertos, cuando esa es una competencia exclusivamente estatal. Pero todo vale para seguir vomitando mentiras.

Demuestra no tener ni idea de las competencias que tienen las autonomías (dudo mucho que se haya leído el Estatut), e ignora por completo que muchas de esas competencias se ven limitadas y recortadas por el Estado. Podemos hablar de la invasión competencial en ámbitos como la Educación, o cómo se utiliza el Tribunal Contitucional para tumbar cualquier norma o medida aprobada en el Parlament de Catalunya. Recientemente, y por nombrar solo algunos ejemplos, se han cargado el decreto contra la pobreza energética, la dación en pago, el impuesto a depósitos bancarios (que ya estaba en vigor en Extremadura, Andalucía y Canarias), o la ley de consumo, que incluía medidas de protección hipotecaria.

Y por si eso fuera poco, se afirma que se ha logrado “imponer una sola lengua (…) en detrimiento de la lengua común de todos los españoles, que está prácticamente prohibida”. Solo se puede afirmar eso desde el desconocimiento o por pura voluntad de intoxicar. En Catalunya no se impone “una sola lengua”, y mucho menos el castellano está prohibido. Las falsedades continúan, cuando afirma que “ponen multas a cualquiera que se atreva a escribir un cartel en castellano en algún establecimiento público o privado”. En mi barrio está lleno de comercios con rótulos en castellano, yo soy castellanohablante y nadie me prohibe hablar en castellano, ni me siento perseguido. De hecho desde el independentismo se defiende mayoritariamente que el castellano seguiría siendo oficial. ¿Por qué vamos a renunciar a una riqueza que ya es nuestra?. El problema no es el castellano: el problema es que aún hoy el catalán está en desventaja en muchos ámbitos, y el Estado español sigue poniendo todos los impedimentos posibles. Afirmar que el castellano en Cataluña está perseguido es mentir. Son las mismas falsedades que se dedican a verter desde el nacionalismo español más rancio y casposo, y este artículo no es más que un ejemplo.

Los que no somos nacionalistas, pero somos independentistas, no queremos poner fronteras. No creemos en las fronteras como muros divisorios, sino como puntos de contacto. Hoy en día, en un mundo cada vez más interconectado, es totalmente absurdo creer que las fronteras separan de manera estanca. Excepto si hablamos de Ceuta y Melilla, que allí les ponen hasta concertina (y esas fronteras no les molestan a los nacionalistas españoles).

El autor acusa al independentismo de irracionalidad y estupidez, supongo que porque proyecta sus propios defectos. Se permite incluso verter acusaciones de fascismo, xenofobia y racismo, demostrando que no tiene ni la más mínima idea de qué significan estos términos. Es de vergüenza ajena.

Acusa al movimiento “nacionalista” (no todo el independentismo se considera “nacionalista”) de fascismo, porque “todos lo son”. Lo argumenta por la exhibición de banderas, comparándolo con el Tercer Reich… pero no como cuando gana la Roja. Y no hablemos ya de Francia o EEUU, donde se prodiga mucho la exhibición de banderas. Acusa al independentismo de rechazo, de odio a los españoles, “a los que consideran seres de segunda categoría”, y lo compara con lo que sentían los nazis por los judíos. Es de vergüenza ajena la banalización del nazismo que hace el autor, pero es aún más vergonzoso que hable de rechazo y de odio cuando la mayoría de los catalanes nos sentimos catalanes y españoles en algún grado, también los independentistas.

En Cataluña hay una barrecha como en pocos lugares ha habido. El 70% de los catalanes tienen orígenes fuera de Catalunya. Aquí se ha dado un mestizaje social, cultural o lingüístico, que ha generado una riqueza de la cual los catalanes nos sentimos orgullosos, aunque mientan y nos acusen de odio y xenofobia quienes ni conocen Cataluña ni la han pisado a menudo. Con ese grado de mestizaje es absurdo hablar de “racismo” o “supremacismo” como hace el autor.

Respecto a las acusaciones de insolidaridad, el problema no es ser más rico o no querer compartir. El problema, no solo de Cataluña, es que el sistema de financiación en España es un desastre. Lo que reclama Cataluña no es quedarse con todo lo que genera, sino tener capacidad de decisión sobre lo que genera, y evitar que se cronifiquen situaciones de déficit fiscal, que en el caso de Cataluña supone alrededor de un 8% de su PIB de manera sostenida a lo largo de los años.

Lo que queremos es poder gobernarnos a nosotros mismos, poder decidir sin un Estado que limite nuestra capacidad de autogobierno, recorte nuestro bienestar y ataque nuestros derechos (y el Estado español no lo hace únicamente con los catalanes, desgraciadamente). No odiamos, ni vamos en contra de nadie. Muchos creíamos que había alguan manera de seguir formando parte de España, que era posible cambiar y construir un proyecto común. Lamentablemente, ya hemos comprobado que no es posible. La sentencia del Constitucional de 2010, cargándose el Estatut de Catalunya (muchos de cuyos artículos son plenamente vigentes en los estatutos de Andalucía o País Valenciano) nos demostró que no había encaje posible en la actual estructura territorial del Estado español.

Por eso muchos que nos sentimos también españoles, que creíamos en el federalismo, ahora somos independentistas. No es odio, ni xenofobia, ni fascismo. Es dignidad. Es tener la posibilidad de construir un país mejor, más democrático y con leyes más justas; es intentar hacer lo que no hemos podido cambiar en España. Es tener la capacidad de decidir por nosotros mismos, equivocandonos o acertando. Es desear que este cambio que empezamos en Cataluña, sirva como ejemplo y que España cambie también algún día. Nosotros lo hemos intentado, reconocemos nuestro fracaso. Pero nos ponemos en marcha para seguir intentándolo en Cataluña.

Por eso es de vergüenza ajena que se de espacio a un artículo como el publicado en Cáscara Amarga, lleno de mentiras, con graves acusaciones totalmente fuera de lugar, plagado de absurdeces, de tópicos y de caspa (no podía faltar lo del Barça), y de una calidad pésima. La libertad de expresión no puede ser jamás excusa para la publicación de tamaña basura.

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